La amazona de Esparta (Spanish Edition) by Cristina Rodriguez

La amazona de Esparta (Spanish Edition) by Cristina Rodriguez

autor:Cristina Rodriguez [Rodriguez, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
editor: SG éditions
publicado: 2016-10-26T22:00:00+00:00


Durante todo el día y la noche siguiente, el ejército griego desplegó una gran actividad. Nos informaron de que los hoplitas, según se había decidido, guardarían el paso de las Termópilas, mientras que la flota fondearía en el Artemision, en el territorio de Histiea. Los dos puntos estaban suficientemente próximos para que las noticias pasaran de uno a otro rápidamente, y una buena organización era necesaria a la vista de la aterradora superioridad numérica de los bárbaros.

El Artemision era un cabo, más prosaicamente una playa, donde se levantaba un templo de Artemisa. En este lugar el vasto mar de Tracia se estrecha y forma un paso angosto entre la isla de Sciathos y, en el continente, Magnesia. Franqueado el estrecho, se puede ver el Artemision, en la costa de Eubea. En tierra, el paso que conduce a Grecia por Traquis tiene, en su punto más estrecho, una anchura de un pletro. Pero el lugar más angosto de toda la región no es este. Se encuentra antes y después de las Termópilas: en las proximidades de Alpeni y junto a Anthela.

Cuando llegamos cerca de esta última, y gracias a los ejércitos de diferentes ciudades que se habían unido a nosotros por el camino, éramos más de quince mil hoplitas, esclavos y sirvientes.

León nos había dejado en Corinto, donde Syagros le había autorizado a subir a un trirreme.

— Que vaya por el agua, qué importa— había suspirado el hoplita— .Tal vez sea la única ocasión en que tenga oportunidad de realizar su sueño, y quién sabe si de salvar la vida.

Anaxágoras había arrugado la nariz al examinar los obenques.

— Yo desconfiaría de una salvación que solo se sostiene con cuerdas...

Mi amigo nos había saludado con la mano desde el puente, con una sonrisa radiante en la cara, y yo había tenido que apartar la mirada para ocultar las lágrimas. Sin duda nunca volvería a verlo.

Lo había echado terriblemente en falta durante los agotadores días de viaje que nos llevaron de Leuctres a Platea, donde se nos unieron los soldados deTebas, de los que todo el mundo desconfiaba; de Platea a Delfos, donde Leónidas consultó al oráculo, y de allí a las Termópilas.

Para mí, que nunca había abandonado Esparta si no era para realizar unos pocos recorridos cortos con mi tío Stomas, todo era motivo de desconfianza más que de curiosidad. Los paisajes eran demasiado nuevos para no inspirar temor. El comportamiento de los otros griegos, aunque no se mezclaran con nosotros porque cada ciudad tenía su propio campamento y sus propios oficiales, me parecía grosero, indisciplinado e indigno de hombres de guerra. No me gustaba el modo que tenían esas gentes de mirar a los espartanos, como si fuéramos bestias curiosas como las que los exhibidores de animales exponen en Corinto o en Delfos. No pasaba un día sin que un tespio, un plateo o uno de esos perros de Tebas no se permitiera un comentario fuera de lugar o una pregunta grosera.

Todos parecían admirar el coraje y la rectitud de los espartanos, pero, curiosamente, éramos el objeto preferido de las bromas de todos.



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